El programa de la Consejería de Educación Cantabra busca que los chicos no pierdan el curso y ayudarles a sobrellevar la vida hospitalaria.
Un grupo de profesores da clases a los niños enfermos en Valdecilla y La Residencia.
Eva acaricia al pequeño Fernando, que sonríe. No son familia, pero casi. El niño, de 6 años, se acurruca sobre ella mientras las hojas de un libro van pasando y una voz pausada va contando una historia, casi un cuento; nadie diría que es una clase. La escena se repite un día y otro y, como ayer, el pupitre es una cama. De hospital. Fernando, al igual que otros muchos niños, vive ahora en Valdecilla; primero fue en la UVI y ahora en una habitación del otro hospital, La Residencia. Y en uno y otro lugar, él es uno de los alumnos de los profesores del Centro de Atención Educativa Hospitalaria y Domiciliaria
Un cole que no es como los demás. Aquí los horarios son tan flexibles, que hay días que no se sabe si habrá alguna clase hasta la misma hora de empezar, a las nueve de la mañana. Todo depende de las fuerzas que tengan los chicos ese día. Es el caso de un 'compañero' de Fernando, tres años mayor que él, y con un diagnóstico de leucemia. Hoy está un poco más 'pachucho' y no tiene ganas de juegos. Pero cuando se encuentra con fuerzas «está deseando ir al aula», explica su padre, que de seguido alaba las clases porque «son una ayuda fantástica. Le sacan de estas cuatro paredes y vuelve al cuarto mucho más animado». Su hijo pasa en Valdecilla una semana cada veinte días. «Cuando estamos en casa, viene uno de los profesores del Aula Hospitalaria para ayudarle a hacer los deberes y a seguir, más o menos, el ritmo de su clase». El niño, con una pequeña sonrisa a pesar de su cansancio, se apresura a decir: «Saco buenas notas». Y se anima y fluyen más palabras: «Me gustan mucho las manualidades. He ayudado a hacer el belén de la entrada de la planta». Cuando recupere fuerzas «vendrán a verme mis amigos a casa. Ahora sólo vienen mis primos».
Enfrentarse y educar a estos chicos cada día, no es tarea fácil. «Hay momentos muy duros. Merece la pena por los niños. Y aunque intentas no involucrarte afectivamente, es imposible. Acabas siendo parte de su familia. Y algunos mueren». Quien habla es Eva María Méndez, profesora y directora del Centro de Atención Educativa Hospitalaria y Domiciliaria, que está integrado por otros cuatro profesores (Aitor García, Begonia Martínez, Silvia Revuelta y María José Brioso). Son maestros, casi de 'bata blanca'; profesores que dan vida al Aula Hospitalaria de los dos centros cántabros. Los datos revelan la magnitud de su trabajo: el pasado año impartieron clase a 1.800 niños y este año ya han superado la cifra de 500.
Tanto Aitor como Begonia, profesores de Secundaria del aula, saben que uno de los objetivos es que «no pierdan el contacto con el colegio» y mantengan una dinámica de estudio. Aunque el horario es de 09.00 a 14.00 horas, más dos horas por la tarde -clases que se imparten en los domicilios de los niños o se dedican a talleres en los centros hospitalarios-, «hay que adaptarse cada día al estado del pequeño o del joven».
De los cinco profesores hospitalarios, todos menos Eva son nuevos. Están en el programa por pura vocación, una elección voluntaria y que no es sencilla porque la educación intramuros en un hospital marca, «y mucho». «Para trabajar aquí, tu carácter no puede ser fuerte ni tosco. Debes tener una gran capacidad de empatía», remata Begonia, profesora de bachillerato en el Instituto Miguel Herrero de Torrelavega el año pasado.
Entre bromas, proclaman que su gran ventaja es que ellos ni pinchan ni dan medicamentos a los niños. Una forma de combatir los momentos malos que siempre llegan. «Hay que pensar -relata Begonia- que la mayoría salen adelante».
Su colega, Aitor, lo corrobora. Tiene una hija de dos años y su atención es el mejor antídoto para no cargar con los problemas del cole del hospital y llevárselos para casa. «Intento no mezclar las cosas. Mi hija me absorbe todo el tiempo que estoy con ella. Aunque hay veces, cuando ves que uno de los chicos está mal, que no puedes evitar llegar a casa cabizbajo. Pero cada día hay que renovar las energías. Ellos te necesitan. Hay que buscar el equilibrio».
En mi opinión creo que es un trabajo magnifico y gratificante aunque también muy duro, ya que no solo se trata de educar a niños como en cualquier otro centro sino convivir con la enfermedad, y a veces con desenlace no deseado. El alumnado es muy cambiante porque aunque hay niños que pasan largas estancias otros apenas pasan días o semanas. La verdad no sabría con cual de las dos facetas quedarme: la triste o la gratificante....
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